Tristemente, en pleno siglo XXI, existen lugares en el mundo en los que el infanticidio es una práctica común, aceptada y promovida socialmente, una escalofriante realidad que rara vez tiene final feliz.
En la ribera del Amazonas, al más puro estilo espartano, hasta 200 clanes indígenas dedicados a la caza y la vida nómada, entierran vivos a los bebés que nacen con algún tipo de deficiencia o malformación, así como a aquellos que enferman gravemente o quedan huérfanos.
La tribu considera que estos niños son una pesada carga que pone en riesgo la supervivencia del grupo. Sus cuidados y alimentación, suponen una merma en la movilidad y un reparto poco equitativo de los escasos recursos que existen en un medio tan hostil como la jungla.
Enterrada viva.
En unos de sus primeros contactos con el mundo civilizado, los forasteros mataron a todos los chamanes de su tribu acusándolos de brujería, a todos menos uno. El último brujo, lejos de combatir, se quitó la vida tomando un potente veneno, mientras predicaba que la falta de guías espirituales debía ser combatido con el suicidio.
Desde aquel atroz momento, la tribu Suruwaha decidió que la mejor forma de hacer frente al dolor, la ira o la vergüenza sería suicidándose.
A los dos años de edad, los padres de Hakani, confirmaron sus peores temores, la niña aun no era capaz de hablar o caminar por si misma. Inmediatamente la presión tribal obligaba a sus padres a ejecutarla enterrándola viva, para preservar la supervivencia del grupo incapaz de seguir adelante lastrado por la enfermedad de la infante.
Incapaces de ejecutar tan terrible sentencia, los padres de Hakani, decidieron optar por la única alternativa socialmente aceptada, y se suicidaron, dejando a la niña sola con sus cuatro hermanos.
Una terrible herencia.
Muertos sus progenitores, la presión del infanticidio recayó inmediatamente sobre el hermano mayor de Hakani. Así es como su hermano Bibi, enterró viva a la niña, bajo la atenta mirada de los ancianos de la tribu.
Normalmente, los gritos ahogados por la tierra húmeda duraban un par de horas, sin embargo los de Hakani continuaban sonando fuerte al anochecer. Su abuelo, torturado por el llanto, acudió rápido a desenterrar a la niña para terminar con su agonía sacrificándola con el arco.
Entre las sombras y los nervios, su abuelo erró el disparo hiriendo a la niña en el hombro que continuó llorando cada vez más fuerte. Invadido por los remordimientos y la culpabilidad, el abuelo utilizó el veneno de sus fechas para, de nuevo, quitarse la vida.
El castigo de la tribu.
La vida se convirtió en un infierno para todos, y en especial para la niña. Deambularon por el Amazonas, alimentándose de hojas, bayas e insectos, bebiendo agua de lluvia y sufriendo los abusos físicos y sexuales de sus hermanos.
La visita de la suerte.
Los misioneros trasladaron a Hakani a un hospital, donde fue alimentada hasta que recuperó la salud y la sonrisa.
A principios de 2008 el gobierno brasileño fuertemente presionado por ONGs y activistas de los derechos humanos y de la infancia, tuvo que iniciar una serie de reformas legislativas. El congreso brasileño promulgó la llamada “Ley Muwaji”, (nombre de una mujer que se negó a enterrar vivo a su bebé), un edicto que reconoce a los pueblos indígenas como cuidadanos del mundo, y que por tanto los obliga a respetar y los hace merecedores de los derechos humanos fundamentales.
El problema es que la ley se ha revelado como un instrumento vacío, ya que hasta ahora nadie se pone de acuerdo sobre la manera de proceder para evitar el infanticidio, sin vulnerar ni perturbar los delicados ‘ecosistemas’ y tradiciones indígenas.
Los niños siguen muriendo en el Amazonas mientras el debate continua fuera de la jungla.
Fuente: hakani.org, abcnews, usatoday, kurioso
