#ciencia A las 8:15 del 6 de agosto de 1945 el Enola Gay dejaba caer Little Boy sobre la ciudad de Hiroshima. 43 segundos después se producía una explosión de 13 kilotones que destruía completamente el área dentro de un radio de kilómetro y medio.
A unos 170 metros del hipocentro de la explosión (punto de la superficie justo debajo de la explosión) se encontraba Eizo Nomura (entonces 43 años), en el sótano de un edificio –el mismo edificio donde hoy se halla el Peace Memorial Park– consultando unos documentos. Nomura consiguió sobrevivir mostrando síntomas de síndrome agudo de radiación, aunque aún viviría cuatro décadas más.
A 3 km del hipocentro se encontraba caminando en el exterior Tsutomu Yamaguchi, que después de ver el flash de la detonación, recibiría la onda expansiva que dañaba sus tímpanos, lo dejaba temporalmente ciego y producía importantes quemaduras en el lado izquierdo de su cuerpo. Al día siguiente, Yamaguchi regresaba a su ciudad de residencia, Nagasaki, y fue en su lugar de trabajo, de nuevo a unos 3 km del hipocentro, donde recibiría la onda expansiva de Fat Man, una bomba de 22 kilotones cuyos efectos fueron menos devastadores por un error en la posición de la detonación.
Yamaguchi es el único superviviente de ambas explosiones reconocido oficialmente, aunque se estima que existieron otros 160. Vivió hasta los 93. El 66% de los habitantes de las dos ciudades sobrevivía en 1950. Desde entonces, se han llevado registros sanitarios de unos 94000 individuos de los que unos 54000 recibieron dosis importantes de radiación. Ese seguimiento ha dado lugar a los estudios más importantes que tenemos de los efectos a largo plazo de la radiación sobre la salud humana.
Los individuos que se encontraban dentro de un radio de 2,5 km del hipocentro recibieron dosis mayores a 5 mSv (milisieverts) con una media de 200 mSv. Como comparación, la típica dosis anual recibida por el fondo de radiación de origen natural es de 1-2 mSv mientras que el límite legal de los trabajadores de una central nuclear es de 20 mSv. Una tomografía típica implica una dosis de unos 9 mSv.
En 2007, el 40% seguían vivos con una edad media de 74 años. El 90% de los expuestos que tenían menos de 10 años sobrevivían por entonces. En 2000 se habían producido un 7,9% de muertes por cáncer en comparación con un 7,5% esperable de las tasas típicas en otras ciudades niponas. Ese exceso de incidencia de cáncer implica una probabilidad de morir del mismo orden que por accidente de tráfico en el mismo periodo de 50 años (utilizando datos estadounidenses).
Por supuesto, la incidencia de cáncer fue mayor para los que recibieron dosis mayores, pero básicamente indetectable para la muestra de población que estaban en el rango inferior de dosis recibidas. No se ha observado ningún tipo de deterioro genético que produjese ningún defecto en la descendencia de la población y sólo aquellos que estaban en gestación han sufrido algunos efectos importantes, aunque con tasas de cáncer en su vida adulta menores incluso que los niños y adultos expuestos directamente.
Desde luego, no hay ninguna duda de que una dosis puntal elevada de radiación es extremadamente peligrosa. Los liquidadores de Chernóbil lo vivieron en propias carnes. De los 600 voluntarios que se presentaron en la mañana del 26 de abril de 1986, 134 recibieron dosis puntuales de entre 1 y 16 Sv –hasta unas 8000 veces la dosis natural anual típica– y sufrieron SAR (Síndrome agudo por radiación), 28 fallecieron dentro de los primeros tres meses y otros 19 lo hicieron en el periodo 1987-2004 por causas no relacionadas necesariamente con la exposición.
Se estima que otros 530000 operadores de Chernóbil recibieron dosis de unos 120 mSv. Los 150000 evacuados de las zonas más contaminadas recibieron en media unos 30 mSv, mientras que los que continuaron residiendo en las zonas menos contaminadas han recibido un exceso de 9 mSv las primeras dos décadas posteriores al accidente (equivalente a la dosis típica de una tomografía). Fuera de Bielorrusia, La federación rusa y Ucrania, las dosis típicas fueron menores de 1 mSv, es decir, comparables a la exposición natural durante un año.
Con respecto a la población general, el hecho de que las autoridades soviéticas no reconocieran públicamente el accidente, provocó la ingesta de leche contaminada, lo que se estima que provocó unos 6000 cánceres de tiroides, un tipo de cáncer afortunadamente tratable con un 93% de superviviencia a 10 años en el tipo más frecuente.
Así, el número de muertes constatadas del accidente de Chernóbil apenas llega al medio centenar. Pero por supuesto, dado el elevado número de personas afectadas, podría haber un incremento en las tasas de cánceres que para dosis bajas de radiación es extremadamente difícil de estimar.
Para hacer una estimación de las tasas de cánceres a bajas dosis – imposibles de medir al estar muy por debajo de los valores típicos en la población– se utiliza una extrapolación lineal de los datos obtenidos para dosis elevadas conocida como modelo lineal sin umbral. Toda la bibliografía académica sobre los efectos biológicos de la radiación para bajas dosis apunta a que esto sería una especie de límite superior de dichos efectos y no se descarta que exista un umbral de radiación sin efectos para la salud, fenómeno conocido como hormesis.
Utilizando el modelo lineal sin umbral, la Agencia Internacional de la Energía Atómica estimó en 2005 un límite superior de unas 4000 muertes en exceso entre la población más expuesta. No se han detectado efectos congénitos a largo plazo (al igual que en las víctimas de las bombas atómicas) y la tasa de cánceres sólidos entre la población de la zona es indistinguible de los niveles típicos de la población del país.
De hecho, las tasas de cánceres actuales en la población de Bielorrusia son menores que la de otros muchos países occidentales. Mientras vivir en la la zona de exclusión de Chernóbil aumentaría la mortalidad en un 4 por mil, vivir en una ciudad contaminada como Londres puede aumentar la mortalidad en un 28 por mil. Por comparación, en fumadores pasivos se produce un incremento de la tasa de mortalidad de un 17 por mil (Estoy siguiendo esta referencia con datos respaldados por esta publicación).
Como lo ponía Jim T Smith en un artículo sobre riesgo comparativo, evacuar a los habitantes actuales de la zona de exclusión de Chernóbil –muchos de ellos jamás la abandonaron y otros han regresado con el tiempo– a por ejemplo una ciudad como Kiev aumentaría su mortalidad. Desde una perspectiva de una análisis racional del riesgo, ¡salvaríamos vidas evacuando a la población del centro de Kiev a la zona de exclusión de Chernóbil!
Si nos vamos ahora hasta Fukushima, los efectos de las dosis de radiación recibidas por la población son básicamente indetectables. Pero mantener a unas 80 mil personas evacuadas en una radio de unos 20 km de la central es una decisión que no está basada en un análisis apropiado del riesgo (sino de su percepción), infligiendo un sufrimiento y un estrés innecesario en la población cuyas consecuencias para la salud sean probablemente peores que las provocadas por las dosis de radiación que recibirían en sus hogares dentro de la zona de exclusión.
Radiación es un palabra maldita. Su sola mención activa nueva amígdala cerebral que la asocia inmediatamente con las imaginería cultural de hongos atómicos, niños con malformaciones y cáncer. Y como en toda imaginería popular, llega un momento en que es muy difícil separar el mito de la realidad.
En este caso particular, sin embargo, que el público sea capaz de realizar dicha separación puede marcar la diferencia entre una política energética realista y una basada en prejuicios que nos pueda llevar a un callejón sin salida, tanto en el abastecimiento energético a un precio sostenible como en la mismísima lucha contra el cambio climático. Los políticos son muy proclives a utilizar este tipo de sentir popular con fines electoralistas, tomando decisiones en base a ellos independientemente de que tengan base racional o no. Así Alemania y Japón, después del accidente de Fukushima, decidieron dar un giro a una política energética con un plan de cierre de centrales nucleares considerado como precipitado y poco realista por diversos analistas [ej. 1, 2, 3, 4, 5] , además de aumentar su utilización de fósiles y por tanto de sus emisiones de CO2. Aún si existiesen argumentos de tipo económico o de otra índole para no utilizar la energía nuclear (en ello no entramos en este post), el accidente de Fukushima no debería ser una excusa para improvisar un plan de cierre de centrales nucleares, porque si algo ha demostrado ese accidente es precisamente lo segura que es –comparativamente hablando– la energía nuclear.
Casi nada es seguro o peligroso per se y, como en muchos otros análisis racionales, nuestro cerebro no está especialmente equipado para hacer el cálculo de riesgo apropiados y así, en un vuelo a Tokyo, el pensamiento de los efectos de la radiación por el accidente de Fukushima puede quitarnos el sueño, mientras pasamos tranquilamente por los escáneres del aeropuerto y el número de rayos cósmicos que nos atraviesan aumenta a la altura del vuelo de tal manera que podamos recibir dosis aún mayores –y sin embargo inocuas– que las acumuladas después de muchos años de residir en Tokyo.
Finalmente, y para que los lectores sean conscientes de la desconexión que hay entre la percepción del riesgo de los efectos de la radiación y las evidencias acumuladas por todos los estudios al respecto, terminaré con una famosa anécdota que contaba el físico Bernard Cohen –perfecto conocedor de los efectos de la radiación sobre la salud– en una entrevista.
Cohen conocía perfectamente los estudios sobre inhalación e ingestión de plutonio y sus efectos eran mucho menores de lo que los atribuídos a la “sustancia más tóxica conocida por la humanidad” que pregonaría el activista antinuclear Ralph Nader en los ochenta. Por ejemplo, en uno de dichos esetudios, se siguió el estado de 26 hombres que durante el proyecto Manhattan habían inhalado cantidades importantes de plutonio. 37 años después, sólo 2 habían muerto de un infarto y un accidente.
ENTREVISTADOR: Usted se hizo muy conocido en la década de 1980 por impugnar la afirmación de Ralph Nader que el plutonio era “la sustancia más tóxica conocida por la humanidad”, ofreciéndose a ingerir en televisión tanto plutonio como Nader ingiriese de cafeína. ¿Alguna vez respondió Nader al desafío? ¿Alguna vez ingirió usted plutonio?
COHEN: nunca se me dio la oportunidad de hacer esto en Tonight Show. Yo había publicado un artículo científico ampliamente citado sobre la toxicidad del plutonio. Nader fue a “Tonight Show” y dijo que estaba “tratando de desclasificar el plutonio a golpe de pluma”.” Envié entonces una carta a todas las cadenas de televisión ofreciendo mi reto a Nader.
No recomiendo comer plutonio a nadie. Pueden sufrir efectos en la salud. He calculado, sin embargo, que las posibilidades de contraer cáncer eran las mismas que las probabilidades de que un soldado estadounidense hubiese muerto en la Segunda Guerra Mundial. Puesto que creía que el destino de mi país dependía en gran medida de nuestra aceptación de la energía nuclear, creí que valía la pena correr ese riesgo. Sin embargo, Nader nunca me dio esa oportunidad.
Fuente: amazings.es